La Medicina Psicosomática
La importancia de la visión integral del ser humano en oposición al materialismo médico actual.
Como ya es habitual en mi blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, aquí dejo el enlace al vídeo del texto.
Actualmente estoy iniciando una colaboración con el «Boletín MAI» para escribir una serie de artículos cortos en los que pueda plasmar mi enfoque sobre la enfermedad y la salud, una visión que, tristemente, es minoritaria entre el estamento médico de estos tiempos que vivimos.
Voy a tratar de explicar, al menos sucintamente, qué es eso de la Medicina Psicosomática, la perspectiva desde la que contemplo al ser humano que acude a verme en consulta. Como su propio nombre indica, intuitivamente nos lleva a la visión unitaria de la persona.
Clásicamente, desde tiempos antiguos, se ha separado nuestra realidad visible y corporal de lo no visible, de lo intangible de la persona. Así, Sócrates, en la Grecia clásica y, posteriormente, su discípulo Platón entretejieron esa división entre el cuerpo visible (soma) y el «alma» o parte inmaterial del ser humano (psique).
Esto sirvió para mostrar un ser humano dividido en dos partes con una separación bastante clara. Esta realidad se reforzó con el discurso de Descartes, ya en el siglo XVII, llevando a contemplar el cuerpo y la mente como entidades separables y diferentes, con una especie de muro impermeable entre ellas.
Y así hemos llegado a la Medicina actual, donde los médicos se ocupan del cuerpo y sus partes, ayudándose de exploraciones tanto manuales, a pie de camilla, como de otras complementarias, con medios más técnicos: análisis variopintos, cada vez más específicos, e imágenes cada vez más portentosas en cuanto a su realismo tridimensional.
Pero cuando el enfermo muestra algo que no se puede medir con los procedimientos al uso del galeno de turno, el sistema aboca a esa persona «al otro lado». Y son los psicólogos y psiquiatras los que se van a encargar de filtrar esa información inmaterial para lograr etiquetarla con un parámetro diagnóstico característico del ámbito psíquico.
Como acabo de describir de forma resumida, la Medicina actual tiende a «materializar» a las personas que sufren y no quiere saber nada de entrar en esas aparentes «arenas movedizas» del psiquismo, en las que literalmente se sienten perdidos, inseguros, temerosos… como Gary Cooper en la película de «Western» clásico «Solo ante el peligro».
Mi visión desde la Medicina Psicosomática me permite articular la unión entre esas dos partes en las que de forma artificial se ha dividido al ser humano.
El cuerpo nos habla continuamente de esa otra parte injustamente marginada, el psiquismo. Y el gran tejedor de este aparente enredo es nuestro inconsciente. El inconsciente es el interlocutor válido para obtener la información necesaria a la hora de entender qué le ocurre a esa persona y por qué su cuerpo está reaccionando de esa manera.
Nada es casual, todo está perfectamente ordenado… Siempre hay un porqué/para qué de todo lo que nos ocurre. Y la clave para volver al orden, a la homeostasis, la tiene todo el material informativo que está archivado en nuestro inconsciente y que se ha vuelto visible tras superar sus importantes barreras de protección.
Salud para ti y los tuyos.
Agustín García Calvo sugiere en su reflexión que la enfermedad no es algo que simplemente sucede en el cuerpo o en la biología aislada de la mente, sino que reside en un proceso de conciencia. Es en la conciencia donde surge la noción de enfermedad, y es en ella donde se genera el espacio para experimentarla. En este sentido, la enfermedad no es un objeto externo que simplemente invade al individuo, sino un fenómeno que se construye desde la percepción, el pensamiento y la interpretación que el ser humano hace sobre su propio ser.
Para entender esta proposición de García Calvo, debemos considerar primero qué significa la conciencia en este contexto. La conciencia no es solo la capacidad de percibir lo que ocurre dentro de nosotros y fuera de nosotros, sino también la capacidad de reconocer, nombrar y, en cierto modo, "darle existencia" a lo que ocurre. La enfermedad, entonces, no es solo un conjunto de síntomas biológicos, sino una construcción mental que aparece cuando el sujeto comienza a interpretarla como tal. La conciencia de que algo está mal en el cuerpo o en la mente, la capacidad de etiquetar esa sensación como "enfermedad", es lo que hace que se convierta en algo real y experimentado por el individuo.
Este análisis lleva a una reflexión más profunda sobre la naturaleza de la realidad. Si la enfermedad está en la conciencia, entonces no solo las enfermedades físicas tienen una dimensión psicológica, sino que todo lo que consideramos real y verdadero en nuestra existencia está mediado por el filtro de nuestra percepción. Esto abre la puerta a una interpretación más fluida y menos rígida de la realidad, donde los límites entre lo físico, lo emocional y lo mental son difusos y permeables. La enfermedad deja de ser simplemente un fenómeno biológico y se convierte en un fenómeno profundamente existencial, que implica cómo nos posicionamos ante la vida, cómo vivimos nuestra corporalidad, cómo interpretamos las señales del cuerpo y cómo esas interpretaciones influyen en nuestra salud y bienestar.
La enfermedad, entonces, se relaciona no solo con un malestar físico, sino también con una crisis en nuestra relación con nosotros mismos, con nuestra conciencia del cuerpo y con la estructura de nuestro ser. La conciencia de la enfermedad puede transformarse en un sufrimiento adicional, un sufrimiento que no es necesariamente causado por la patología en sí misma, sino por el modo en que nuestra mente se enfrenta a ella. En muchas ocasiones, el sufrimiento se incrementa porque la enfermedad es vista con temor, rechazo, desesperación o lucha. Es la conciencia de la enfermedad lo que intensifica la experiencia de dolor o malestar.
García Calvo señala, además, que la conciencia de que "podemos tenerla", es decir, la conciencia de que podemos enfermarnos, refuerza aún más la experiencia de la enfermedad. Esta anticipación o miedo al futuro, esta presencia de lo posible, actúa como una forma de auto-anticipación. La conciencia de que la enfermedad puede ocurrir genera en la mente una especie de preparación, de expectativa, que no solo afecta nuestra percepción del futuro, sino nuestra vivencia del presente. De alguna manera, nos predisponemos a enfermar, no solo por los factores biológicos o externos, sino por nuestra forma de ver el mundo y nuestra disposición mental frente a él.
La "enfermedad en la conciencia" también plantea preguntas sobre el poder de la mente en la curación o en la gestión del sufrimiento. Si la conciencia tiene tal peso sobre nuestra experiencia de enfermedad, ¿sería posible alterar la percepción y, por lo tanto, alterar la experiencia misma de la enfermedad? Si el sufrimiento de la enfermedad está vinculado a la forma en que la interpretamos y la vivimos en nuestra mente, ¿existe una manera de transformar esa relación para que la enfermedad pierda parte de su poder sobre nosotros? Esta es una cuestión que va más allá de la medicina convencional y se adentra en territorios de la psicología, la filosofía y la espiritualidad.
En última instancia, la reflexión de García Calvo sobre la enfermedad en la conciencia invita a pensar la salud y la enfermedad no solo como cuestiones de la biología, sino como fenómenos profundamente ligados a la forma en que habitamos nuestra propia existencia. Nos cuestiona sobre la relación entre mente y cuerpo, entre lo que percibimos y lo que realmente es, y sobre cómo nuestra conciencia, con sus temores, expectativas y creencias, puede formar una parte fundamental de nuestra experiencia del mundo.
Este enfoque también abre un espacio para la compasión y la autoaceptación, ya que nos invita a reconocer que la enfermedad no es simplemente un castigo ni algo que nos ocurre de manera externa e implacable, sino una dimensión de nuestra existencia que está ligada a nuestra forma de estar en el mundo. Al entender que la enfermedad es, en parte, un fenómeno consciente, podemos aprender a relacionarnos con ella de una manera más plena y menos destructiva, permitiendo que el sufrimiento sea gestionado no solo a través de los medios externos, sino también a través de un cambio interno de percepción y actitud.